En un Domingo de Ramos escribo desde lo más parecido a un retiro espiritual que me puedo permitir, como habitualmente hacemos buscando huir de los jaleos y bullas de las calles en Semana Santa.
Días festivos y vacacionales para muchos descreídos de la fe y la religión, que pese a nacer en familias cristianas, han cambiado los enseñado por lo mercantil.
No seré el que critique al que, como yo mismo, ha perdido la fe y el amor por estas tradiciones, ya que en una de las primeras reflexiones del hecho nos damos cuenta que somos las primeras víctimas. Acto involuntario que nos despoja de la protección, el consuelo, la seguridad o el destino que nos aporta Dios y sus valores cristianos.
La figura del ateo religioso, marca blanca social, se siente en inferioridad, superado y anodino ante las grandes demostraciones de fe que son los pasos en Semana Santa y, sobre todo, al observar la devoción pública transformada en arte.
Arte, cultura y tradición, de altísimo valor y de amplia propiedad, mucho mayor a la de los propios actores.
Porque sin entrar en consideraciones religiosas, la importancia para nuestra sociedad del trabajo cofrade, de la labor de acompañamiento de la propia Iglesia, y la participación de la ciudadanía en nuestra Semana Santa y todo lo que ello conlleva, es máxima y debe seguir siendo así.
No hay más que ver y disfrutar del desarrollo artístico, provocado por la devoción o el precio -o ambas, da igual-, formado en palios, mantos, joyas, tallas, y en baquetones, canastillas, bambalinas, insignias, bordados, o mantillas. Una riqueza a la que se suman saetas, marchas, también todo el arte sacro plasmado en pintura, escultura, fotografía o cinematografía y, cómo no, el desarrollado desde hace siglos en las cocinas y fogones, que tan rico legado nos deja para degustar estos días.
Recordemos en este mundo globalizado y globalista, que cuando disfrutamos de esos garbanzos con bacalao o sentimos nuestros vellos erizados con ese quejío, todo viene de la pasión de Cristo y de cómo se han interpretado las escrituras por católicos, cofrades y creyentes.
Hecho religioso superado ampliamente por el cultural, del que disfrutamos todos vengamos de donde vengamos y que, como tal, debemos fomentar, conservar y exponer.
Siempre en la dirección correcta, pensando en ese fondo de sentimiento religioso que merece el mayor de los respetos, dejando a un lado mercantilismos excesivos o politizaciones interesadas.
Momentos de reflexión interior o de admiración estética, o ambos, lo ideal.
Jesús Motos Cabanillas
Vecino 2.0
@jmotosc